Historias de vida Flavia Irós* Cuando me propuse el desafío de contar esta experiencia, sabía que debía exponer visceralmente mi dolor. Todo fue muy vertiginoso y así como es la vida, inesperada, sorpresiva, me encontré una noche mirándola fijamente a ella, Alma, mi hija recién nacida, todavía “calentita”, que había pasado sin escalas a esa estructura extraña e invasiva: la incubadora. Llegar con panza a parir y volver a casa sin panza, sin bebé y sin consuelo, no es nada fácil. Literalmente, es desgarrador. De la panza a la incubadora. El contacto con su beba fue mediado por una máquina y debió convivir con la ansiedad hasta que la vio por primera vez sin cables. Su consuelo fue confiar.
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