Opinión Hay cosas que cambiaron desde 1976, pero nos tienen que advertir hasta dónde puede llegar el odio en la disputa por el proyecto de país. Los días de marzo, apenas el otoño viene a repartir amarillo en las hojas y en los ojos, se presienten abismados. Acaso estamos marcados por el estigma de una latitud melancólica, por la conciencia de su final. Pero sobre todo es que los que estamos aquí y atravesamos el puñadito de historia que nos toca llevamos en los pasos la huella de un dolor cada vez más viejo, aunque no deja de ser tal. Ese dolor, que por haber sido espanto sigue siendo herida que aún tiembla, ya es una entidad entre las que nos han determinado.
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